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sábado, 18 de diciembre de 2010

I-O-Kabán

Kabán dice que lo lamenta mucho, que no podrá postear hoy. Tiene una gran fiesta que atender, y sabe que allizzia no tiene vida social. 


Tiene razón, mi hermana acaba de hacer lo mismo. 


Desgraciadamente, no tengo nada, nadita que escribir. 
Por fortuna, me dijo que podría inventar algo. (Que él siempre lo hace. Nos ha estado engañando, queridos lectores inexistentes.)


En fin, tengo muchas ganas de leer algo  bien retorcido, así que voy a escribir algo bien retorcido para poder leerlo después. Con ustedes, algo sin título (porque soy bien mala para con los títulos).




Te estaba esperando para que llegases a casa. Te abriría la puerta, y te diría cuánto te amo, como todos los días. 
Y es verdad, cuánto y cómo te amo.
¿Recuerdas cuando te conocí?
¡Qué nerviosa estaba! Tenía tanto miedo... irracional, porque no sabía la maravillosa persona que eres. 
Estaba oscuro, y me tomaste por detrás. ¡Entonces detestaba las sorpresas! Me arrastraste a tu auto, mientras yo intentaba escapar.
Debí golpearme en el auto -eso me pasa por remolina- porque me desperté en tu casa. 
¡Qué caballeroso de tu parte, llevarme a tu casa para cuidarme!
Me miraste hasta que desperté, me acariciabas el cabello, me mirabas con tanta ternura.
Aunque quise irme en ese momento, tú me detuviste y me mantuviste cerca de ti.
Me dijiste que me atarías si era necesario, con tal de que me quedara.
Realmente quería regresar, ¡ese día tenía que asistir a un evento de mi trabajo!
Tú voz era dulce, diciéndome que me quedaría. Que harías lo posible por no dejarme ir.
¡Eras tan adorable!
Sin embargo, yo quería irme, así que te pusiste juguetón.
Me tomaste con fuerza, y me sujetaste con cuerdas de seda. Me acostaste en tu cama y me dijiste que nunca me dejarías. Y nos besamos por primera vez. 
En ese momento estaba completamente asustada, pero muy en el fondo, sabía que iba a resultar bien. 
Me viste llorando, así que trajiste mis pasteles favoritos. Cereza con crema. 
Secaste mis lágrimas, me abrazaste y me dijiste cuánto me querías. 
Platicamos mientras comíamos. Descubrí lo gracioso que eres. Y lo comprensivo.
Me hiciste decir cosas que ni siquiera conocía de mi. 
Te conté sobre lo dura que fue mi infancia, y me contaste lo difícil que fue la tuya. Nos comprendimos. Me comprendiste y me abrazaste. ¡Estaba llorando tanto!
Volviste a secar mis lágrimas y me dijiste que nunca jamás dejarías que yo sufriera. Que me amabas demasiado para ello. Y te creí. 
Los días siguientes, venías cada mañana con el desayuno y hablábamos un rato. Lo repetías después, a la hora de la comida, aunque te fueras volando de regreso al trabajo. 
El mayor tiempo que pasábamos juntos, era en la cena. Me llevabas al comedor y tenían la cena lista, con velas y flores en la mesa. Mis comidas favoritas también eran las tuyas.
Teníamos tanto en común. 
El peor día fue cuando, en la mañana, decidí salir. Pensé que ya no estabas. Bajé las escaleras y fui a buscar el jardín, de donde siempre cortabas las flores. 
Pero tú bajaste después, estabas empapado -tapado con solo una toalla, acababas de salir de la regadera- y asustado. Tenías un cuchillo en la mano. Creí que querías matarme. 
Creíste que te dejaría, y aunque no era la primera vez que me amenazabas con un arma, realmente te tuve miedo. Tardaste mucho en soltarlo. No me creías. 
Soltaste el cuchillo y te pusiste a llorar, nos abrazamos por quien sabe cuánto tiempo. Faltaste al trabajo ese día, casi te despiden. 
Pero no quisiste dejar mi lado. Ni siquiera quisiste vestirte, ¿lo recuerdas?
Te quedaste con la toalla en las piernas, y no quisiste dejar de abrazarme.
Pedimos pizza para la comida. Y me dejaste ayudarte para la cena. No me dejaste usar cuchillos; ¡eres tan protector! Exagerado. Tenías razón, soy muy torpe. Me quemé un poco con la cazuela de la estufa, y corriste en cuanto escuchaste mi grito. Tiraste la toalla en el proceso y no te diste cuenta. Tomaste mi mano, no le había pasado nada, pero la besaste. Me miraste directo a los ojos. Quise recoger la toalla, y tu te agachaste conmigo. Nos besamos de nuevo, pero fue diferente esta vez. Ahí, en el piso, dejamos que la comida se nos quemara sobre la estufa. 
Cuando terminamos, dijiste que me amabas. Yo contesté que te amaba también. 
Tuvimos una gran noche.
La mañana siguiente me dijiste que podría salir y estar en otros lugares de nuestra casa, a la hora que quisiera. Me advertiste que no saliera, que la alarma estaría puesta, y no querías molestar a los vecinos; tampoco quería que él tuviera que venir a desactivar la alarma. 
Me diste esa confianza durante los siguientes meses. 
Lo cual fue genial, porque enfermé, y tenía que correr en cualquier momento a vomitar al baño. 
Creíste que la comida estaba mala, y fuiste a comprar más.
Pero seguí vomitando por varias semanas.
No querías traer al médico, así que me obligaste a decirte todas y cada una de las cosas que hacía al día. Cuando creíste que mentía, instalaste una cámara sin decirme.
No mentía, aunque me hiciste enojar un poco. Creí que confiabas en mi. 
No querías traer al médico, pero no tenías muchas opciones. 
Hasta que recordé. 
Adoro los niños. Tendremos uno propio. 
Y no podríamos estar más felices.


Aunque, algo en el fondo de mi alma me molesta...


Te avisaré cuando recuerde lo que sea, amor.
Escucho tu auto entrando.


Te amo. Te amo tanto...










No es un de mis favoritos... Meh, ahí tienen su entrada. Sean felices. Los quiero. Pero amordazados.










allizzia

2 comentarios:

DvD dijo...

¿Amordazado? ¡Es lo más lindo que me han dicho esta semana!


Saludos

Frédéric dijo...

Alejaré cualquier objeto punzante de tí... ¿o de mi?

Pensandolo bien, creo que soy el peligroso aquí...

tu cicatriz, lo siento tanto...

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